Según el cura y el barbero
Evangelion. Afiliaciones y paternidades
Ningún estudio de anime ha llegado a ser tan polémico como Gainax y mucho de ello se debe a su atrevimiento formal, a su desparpajo por superar la limitación de una teleserie de 26 capítulos. El mejor ejemplo es Kare Kano donde el talento de Hideaki Anno subvierte una aburrida historia sentimental introduciendo ejercicios de estilo visual que pueden resultar chocantes si uno no se prepara para consumir los extremos de la vanguardia. Fracasos rotundos como Furi Kuri se convierten en mitos posmodernos y una comedia ligera, incluso tópica, como Mahoromatic termina adquiriendo una honda dimensión trágica que compromete ciertas fibras ajenas a lo cultural. No obstante, el estudio vive bajo la constante sombra de una sola producción que alguna vez lo salvó de la quiebra y se ha prolongado como un feliz karma y punto de comparación sobre sus nuevas historias. Evangelion es más que un anime, un compendio de leyendas y temores urbanos heredados de la premodernidad, instalados en el inconsciente: una forma de traer la edad media a nuestro mundo cotidiano, de fundar una épica del miedo y el trauma.
Sin embargo, pocos han visto que la historia se sostiene sobre un juego de espejos basado en vínculos filiales quebrantados por la ausencia del padre o porque su presencia se devalúa hasta hacerse ficticia. El conflicto personal entre Shinji, el piloto del eva-01, y Gendou, su padre, pero también máxima autoridad sobre Nerv, se refleja en la agonía de la humanidad atormentada por ángeles monstruosos y por un padre (¿Dios?) al que creen existente, pero no visible. Así como Gendou se niega a conversar con su hijo, la ruptura entre criatura y creador (el intento de los seres humanos por experimentar con genética y crear al modo de la naturaleza) vuelve inevitable el exterminio: han fallado los padres y los hijos se desafilian de su imagen y semejanza. Ante la ausencia de la figura simbólica que condense las aspiraciones, el orden y la sociabilidad, el hijo se refugia en los instintos (en lo materno) con el riesgo de volverse un “erizo”, de repeler el contacto humano y retroceder al útero (simbolizado por la cámara de Gaf donde reside lo que queda de la madre de Shinji) o re-afiliarse, buscar una imagen paterna que la sustituya.
Ningún estudio de anime ha llegado a ser tan polémico como Gainax y mucho de ello se debe a su atrevimiento formal, a su desparpajo por superar la limitación de una teleserie de 26 capítulos. El mejor ejemplo es Kare Kano donde el talento de Hideaki Anno subvierte una aburrida historia sentimental introduciendo ejercicios de estilo visual que pueden resultar chocantes si uno no se prepara para consumir los extremos de la vanguardia. Fracasos rotundos como Furi Kuri se convierten en mitos posmodernos y una comedia ligera, incluso tópica, como Mahoromatic termina adquiriendo una honda dimensión trágica que compromete ciertas fibras ajenas a lo cultural. No obstante, el estudio vive bajo la constante sombra de una sola producción que alguna vez lo salvó de la quiebra y se ha prolongado como un feliz karma y punto de comparación sobre sus nuevas historias. Evangelion es más que un anime, un compendio de leyendas y temores urbanos heredados de la premodernidad, instalados en el inconsciente: una forma de traer la edad media a nuestro mundo cotidiano, de fundar una épica del miedo y el trauma.
Sin embargo, pocos han visto que la historia se sostiene sobre un juego de espejos basado en vínculos filiales quebrantados por la ausencia del padre o porque su presencia se devalúa hasta hacerse ficticia. El conflicto personal entre Shinji, el piloto del eva-01, y Gendou, su padre, pero también máxima autoridad sobre Nerv, se refleja en la agonía de la humanidad atormentada por ángeles monstruosos y por un padre (¿Dios?) al que creen existente, pero no visible. Así como Gendou se niega a conversar con su hijo, la ruptura entre criatura y creador (el intento de los seres humanos por experimentar con genética y crear al modo de la naturaleza) vuelve inevitable el exterminio: han fallado los padres y los hijos se desafilian de su imagen y semejanza. Ante la ausencia de la figura simbólica que condense las aspiraciones, el orden y la sociabilidad, el hijo se refugia en los instintos (en lo materno) con el riesgo de volverse un “erizo”, de repeler el contacto humano y retroceder al útero (simbolizado por la cámara de Gaf donde reside lo que queda de la madre de Shinji) o re-afiliarse, buscar una imagen paterna que la sustituya.
Pero en un mundo de seres aislados, que fracasan al entregarse por completo, no abundan los padres. De cierta forma, se augura la frustración de no poder formar una sociedad coherente porque se desmitifica al padre y el hijo no logra fundar para sí mismo su propia paternidad. De tal modo que a Shinji solo le quedan las madres: Misato, una mujer joven, bella y desordenada que intenta formar una familia artificial (¿y funcional?) con Asuka y Shinji, pero que no puede evitar entregarse a su amante cada vez que pierde el control; Ritsuko, una científica que reprime vía el control de las máquinas (y vía la racionalidad) el afecto por el padre de Shinji, su jefe y antiguo romance de su madre difunta; y Rei, una misteriosa chica de 14 años, piloto del eva-00, clon de la madre de Shinji y por la que este siente más que una dudosa atracción erótica. La familia, baluarte del proyecto de sociedad moderna, termina naufragando ante la imposibilidad de ser hijo y ser padre, porque Shinji no puede asumir ninguno de los roles. Detrás de este vendaval de traumas silenciados se expresa el laberinto del individuo posmoderno que pretende revitalizar los mitos a su antojo, humanizándolos, pero a la vez privándolos de la inocencia primitiva: con ellos, desaparecen los héroes, los ejemplos fundacionales, los padres legendarios.
En algún momento, los hombres pensamos descifrar las escrituras divinas para crear como fuimos creados, para construir gólems y librarnos de la tutela paterna. Qué condena la del objeto creado que pretende ser sujeto creador: la mimesis siempre es imperfecta, por más que engañe a los ojos y la paternidad -a la vez que sentencia obligatoria de nuestra naturaleza, pretensión del creador- puede terminar siendo, en una época en la que todo está escrito y nada nuevo puede crearse, una obsesión, un ahogo, una enorme responsabilidad.
En algún momento, los hombres pensamos descifrar las escrituras divinas para crear como fuimos creados, para construir gólems y librarnos de la tutela paterna. Qué condena la del objeto creado que pretende ser sujeto creador: la mimesis siempre es imperfecta, por más que engañe a los ojos y la paternidad -a la vez que sentencia obligatoria de nuestra naturaleza, pretensión del creador- puede terminar siendo, en una época en la que todo está escrito y nada nuevo puede crearse, una obsesión, un ahogo, una enorme responsabilidad.
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