Thursday, July 14, 2005

Según el cura y el barbero

Regionalistas y habitacionales
Estéticas en debate o líos de comadres encienden una discusión literaria desfasada y ridícula

No he posteado en los últimos días y aduzco dos motivos primordiales. Antes que nada, las responsabilidades laborales: cuidar exámenes en Estudios Generales Letras es aburrido, ocioso y poco rentable, pero necesito el dinero para sobrevivir en julio y agosto. No está demás el que guarde pan para mayo cuando (y es lo más probable) deba dejar la plaza de instructor de Narrativa el próximo semestre. Increíble, pero estos apuros económicos ocuparon más reflexiones que mis lecturas y mis trabajos finales, es decir, más que mis labores académicas. Entre descansos, me enteré de la polémica desatada por un comentario fuera de lugar vertido por Iván Thays en el Encuentro de Narradores Peruanos. Alonso Cueto lo reprodujo en su columna de Perú.21. El objetivo de estas falacias ad hominem era Ricardo González Vigil, crítico literario y catedrático de la PUCP, con el que la dupla Cueto-Thays parece haber entrado en directa confrontación. El maestro González Vigil respondió de manera poco afortunada y pronto se unieron al debate las voces de Miguel Gutiérrez y César Hildebrandt en La República. Desde la otra esquina, Thays vía blog se defendía en un registro más bien humorístico. Esperaba que la cuestión se calmara para poder emitir una opinión objetiva y mesurada, pero en vista del carnaval de incoherencias, rajes y demás despelote, mi pequeño demonio moral puede más que mis reticencias.
Así que vamos por partes.
1. En el Encuentro antes mencionado, Thays plantea de manera errónea y anacrónica una confrontación entre narradores “regionalistas” y narradores “urbanos” y establece una jerarquía a partir de una idea también distorsionada de cosmopolitismo, que más parece confundirse con los engreimientos decadentes de un dandy que ha perdido su guante de seda entre las pollerías del Jirón de la Unión. Desde luego, si continuamos con la argumentación de Thays, tal como la comprenden él y su séquito de turno, llegaríamos a las siguientes equivalencias:
a. urbano / cosmopolita / descontextualizado / personajes letrados, académicos, sibaritas / la soledad, el amor, la vanidad / lenguaje sin marcas regionales.
b. regionalista / telúrico / contextualizado / personajes marginales / la sociedad, la violencia política, literatura de protesta / lenguaje con marcas regionales y modismos.
Hasta aquí, ambas cadenas funcionan. El problema es cuando cogemos cualquier texto proveniente de nuestro canon literario y pretendemos calificarlo con el esencialismo thaysiano, cuando pretendemos hacerlo caber en estas categorías eternas. Por ejemplo, ¿dónde colocaríamos a Conversación en La Catedral, Un mundo para Julius, El zorro de arriba y el zorro de abajo? Si una novela es regionalista solo porque ocurre en un lugar definido, o peor aun, si una novela es regionalista porque sus escenas transcurren en Ayacucho, San Juan de Lurigancho o la tribu de los huambisas, ¿se animarán Thays y Cueto a decirle a Vargas Llosa que Lituma en los Andes apesta porque –según sus esquemas literarios- es regionalista? Cuídense cachorros: a cambiar todos sus “jatos” por “casas”, sus “cojudos” por “gilipollas”, sus “chibolos” por “chabales” (a menos que quieran pegar en Alfaguara). Las escenas en Trujillo o Chanchamayo deberán transplantarse a anónimos espacios mediterráneos o lúgubres ghettos judíos en la era del Tercer Reich.
2. Se equivocan Gutiérrez y González Vigil de manera menos escandalosa que Thays y Cueto (que ya es desear que lleguen los Fuentes Gasca). Este, por sugerir que las influencias de Cueto son “sospechosamente norteamericanas”, como si Faulkner y Hemingway estuvieran en el Index librorum prohibitorum. ¿Acaso Arguedas no leía Las palmeras salvajes? (y cito la Introducción de RGV a Los ríos profundos) ¿Se le acusa de lo mismo a Zavaleta? Por otra parte, la cereza del artículo de Gutiérrez es su esperanza en el resurgimiento de la literatura andina. Uno espera en realidad que resurja toda la literatura peruana, no solo la andina, sino aquella que nos introduce en lo más profundo del comportamiento humano, que nos otorga respuestas y nos envuelve en nuevas inquietudes. Creo que Guitérrez lo logra en La violencia del tiempo y El viejo saurio se retira, novelas que las generaciones del 80 y 90 no pudieron igualar. Pero queda claro que ni la opción aristocrática de los rococós postmodernos de Thays, Cueto y compañía, ni el despertar telúrico de la literatura campesina proletaria (la causa del pueblo, patria roja, bandera roja y ollanta humala, compañeros) por más que se vista de “buenas intenciones” (la revolución?) o de conciencia crítica, digo, ninguna de las dos son opciones coherentes, sino máscaras para envolver de estética un conflicto de bandos en el que se entrecruzan motivos políticos, rencillas personales, resentimientos mediáticos, etc. Al menos, a Gutiérrez lo perdonamos por el legado literario.
3. Presentada casi como una lucha entre una literatura de derechas (oficial, catolicense, los amos de los medios de comunicación) y una literatura de izquierda (alternativa, marginal, sanmarquina), en realidad, ambas posiciones transitarían su camino hacia la caducidad, a esperas de una lectura de lo literario más acorde a los nuevos tiempos. ¿Podría proponerse una estética distinta a la que separa regionalismos de literaturas urbanas como si fueran dos repúblicas distantes (república de españoles, república de indios?) o seguiremos enfrascados en un debate sesentero que nuestro propio canon literario ya superó? El énfasis de Gutiérrez y RGV se centraría en denunciar una “mafia”, una collera malévola que reprime a los escritores autóctonos y privilegia la casta criolla limeña como cultura oficial. (Semejantes opiniones se pueden encontrar en artículos (mal escritos y mal argumentados) de Victoria Guerrero y César Ángeles en el último Odumodneurtse!)
Si nos guiamos por las caras y los apellidos, eso puede tener sentido, más aun considerando la posición económica y los orígenes de los escritores. Sin embargo, nadie tiene la culpa de nacer en las condiciones que le toca a cada uno. En lugar de definirlos por patrones clasistas, sí se puede hacer una separación entre academias enfrentadas. Quizá entre universidades e ideologías, pero esto podría prolongarse en una tesis si lo mantenemos en los cauces teóricos. La verdad es que si nos atenemos a los hechos, el binomio Thays-Cueto sí le puso la cruz a RGV con mala voluntad y en un ajuste de cuentas que parece digno de los Corleone o del cartel de Tijuana. El que González Vigil no los halague no significa que debemos lanzar la vendetta contra él y acribillarlo cobardemente, en ausencia. Nada más absurdo y abusivo que desacreditar a alguien sin decirle las cosas en su cara. Esos son un modales de canalla que luego se refrendan en Somos y Luces cuando se plantea que nuestro mundillo literario pasa una crisis, pero nunca se explica quién o quiénes la provocan.
A todo esto, Aquiles Cacho, el intuitivo rajón profesional de Con Ventilador es, detrás de toda su malacrianza, una de las voces más sensatas e independientes, esas que Cueto y Thays se empeñan en callar desde sus torreones mediáticos: “El discurso cultural, al igual que el político, termina siendo, generalmente, un sirviente lameculos del poder. Los criterios de nuestros "líderes culturales" premian siempre al sobón, al acusete, al que no cuestiona nunca. No tenemos nada personal contra los críticos, pero sí nos jode esa manera uniforme que tienen de reventarle cuetes a los artistas y escritores ya consagrados (y por lo tanto influyentes). Todo lo que escribe Vargas Llosa es lo máximo, cualquier comentario de Bryce es entrañable, Ampuero da una entrevista y es un cague de risa (¿Ampuero gracioso?). No jodan, pues.”
4. Exacto: todos están equivocados, pero el error más terrible, a mi parecer, es el de la nueva generación de escritores, que en lugar de proponer una nueva percepción del problema y deshacerse de las “mafias”, argollas y nepotismos, en lugar de renunciar a la pacífica mediocridad que les han planteado sus predecesores (este ambiente de escritores de saco y corbata comprando libros en Crisol y alabándose mutuamente), en lugar de sentarse a escribir grandes, ojo, no buenas, sino grandes obras literarias, han preferido arrimarse de lado de uno de los bandos. No están obligados a hacerlo. Nadie los empuja a renunciar a sus amistades ni perder su lugar en el mundillo literario al cual han accedido con su propio esfuerzo, pero sería provechoso que determinaran su independencia, para la literatura, para ellos mismos, para todos. Yo mismo me incluyo en este cuestionamiento. Si la medianía se prolonga en nuestras letras y si los talentos se acomodan alrededor de sus bienhechores por comentarios elogiosos, antologías o reseñas complacientes, será solo culpa nuestra. A trabajar.

Según el cura y el barbero

Melusina, señora de Lusignan
La habitación prohibida de Remondín y la mirada de la mujer-monstruo

Leyendo la cuidada edición de Kayoko Takagi a El cuento del cortador de bambú, me encontré con un mito japonés que absorbió mi curiosidad. Hoori, dios del arroz, espera un hijo de Toyotama Hime, la hija del dios del mar y ofrece construirle un pabellón para su alumbramiento. Sin embargo, se adelantan los dolores del parto y la princesa debe volver a su forma original para dar a luz. Toyotama le advierte a Hoori que no podrá presenciar esa transformación, quizá por vergüenza o por algún designio mortal. Como es de esperar, el impaciente Hoori se asoma a verla y encuentra a una especie de cocodrilo o serpiente marina que carga con sus fauces a un niño recién nacido. Destrozada, Toyotama huye de vuelta al hogar de su padre y abandona a su hijo. Según la editora, estamos ante el tópico de la habitación prohibida, el espacio cerrado mediante una maldición que, en términos argumentales, incita a la violar las restricciones y desencadena el conflicto. La prohibición funcionaría como eje de la tensión para el protagonista y el lector/espectador, que ansía, con el morbo de los peores voyeurs, descubrir qué se esconde entre cuatro paredes y por qué.
Y es que desde la antigüedad, nuestros temores y nuestras angustias tienen la forma de una habitación cerrada con una maldición tallada en el frontis. Recordé de inmediato la historia de Melusina, el hada mitad mujer, mitad serpiente cuya hora prohibida –la hora del baño- es quebrantada por el enamorado Remondín. Es el argumento de una de las novelas medievales que más he disfrutado y que pese a los siglos sigue punzando mis delirios más íntimos: la de Jean d’Arras, El libro de Melusina o la Noble Historia de Lusignan. Primero, por que se trata de una metáfora acerca de los peligros del conocimiento humano. El hombre que llevado por su curiosidad desea dominar su mundo y al profundizar más, solo se encuentra con la revelación del horror. Remondín puede escoger entre mantener las riquezas, el poder y la felicidad que ha ganado en compañía de su esposa, o romper su promesa y enfrentarse al riesgo de perderlo todo. El hombre que descorre las cortinas o se asoma por un agujero para contemplar a su mujer convertida en un monstruo marino se siente atropellado por eso qué tanto buscó: observar con impotencia el misterio de la hibridez. Es también, en una lectura mucho más personal, el acercamiento masculino al misterio tenebroso de la femineidad, como si se tratara de un espacio inviolable, inasequible desde nuestra condición de varones. Al parecer, cuando descubramos esa verdad sobre las mujeres que tanto nos perturba, nos encontraremos, como en un juego de espejos, con nuestra propia monstruosidad. Y más aún en la Edad Media, cuando la mujer además de portadora del pecado, era un ser fascinante y misterioso, cuyo cuerpo funcionaba con leyes inconcebibles, inabarcables.




Y es que Melusina acaba controlando también las riendas del gobierno, manda nombrar caballeros y sus hijos son grandes héroes que fundan monasterios y conquistan a los moros (no en vano, la novela también sirve de genealogía oficial a la estirpe de los Lusignan). La felicidad depende de su presencia, pero a su esposo le inquieta no poder verla mientras se baña. El espacio personal y también el de la desnudez, del cuerpo pleno, del secreto que parece guardarse hasta la eternidad y cuyo silencio garantiza la prosperidad de un hombre, se violenta por el afán de controlarlo todo, de no quedarse en los umbrales. Melusina sale volando del palacio y con ella, se esfuma la vitalidad de Remondín, el pacto de convivencia. El temor de no saberlo todo, de vivir una ilusión se transforma, una vez rebelada la verdad, en el horror de la propia curiosidad, el horror de compartir la alcoba con un híbrido incomprensible. Es, en el fondo, un alegato a favor del ignorante feliz, de instintivo señor que se aproxima al mundo con la confianza de que todo será y deberá ser igual siempre. La inquietud que nos deja Melusina (y para mi caso, las mujeres en general y una en particular) es el germen de una duda ética y metodológica. ¿Es preferible callarnos a veces?, es preferible no mirar?, no investigar?, no desenterrar?

Ajos y cebollas

El rapto de Europa
Por qué los franceses y holandeses se negaron a la Constitución Europea y por qué los liberales celebramos esta decisión

Al fin, el proyecto estatista de mayor escala mundial ha fracasado estrepitosamente. El europeísmo, otro nombre para las buenas intenciones se encuentra a punto de irse al tacho por la voluntad de los propios electores. Primero las urnas francesas y luego las holandesas anunciaron no solo la decadencia de un mecanismo de integración política, sino también la de un proyecto desmesurado de intervención estatal, la creación de un organismo supranacional todopoderoso y las carencias y excesos de una constitución redactada a la ligera y bajo la correcta observancia de la política de buenas maneras, el discurso de los socialismos moderados que parecen irse a pique con estos sufragios. Sin embargo, quienes han anotado verdaderas victorias a su historial son los partidos conservadores y de extrema izquierda quienes paradójicamente han capitaneado la oposición al europeísmo en estas naciones. Estos por considerarla demasiado liberal en sus principios económicos, aquellos porque -convertidos en los agentes del nacionalismo más atávico­- les repulsa juntarse con el resto y creen que la transformación de Europa en una mega-nación destruirá sus tradiciones nacionales y atraerá a los miserables de la Europa del Este. Ambos se equivocan: la constitución europea no es liberal como tanto declaran los opositores de ultraizquierda, concentrados en los sindicatos de obreros y estudiantes. Son tan hipócritas que despotrican contra esa misma UE a la que apelaron al oponerse a la guerra en Irak. Pero también se equivocan los conservadores de la ultraderecha francesa, española, alemana, etc. al difundir el temor al extranjero en nombre de su sacrosanta pureza cultural. Como bloque, la UE está naufragando en un mar de contradicciones, donde tanto comunistas como ecologistas, fascistas y neonazis parecen estar de acuerdo con que esta constitución no se apruebe. Y es que, en realidad, es tan mala que los liberales tampoco podríamos estar de acuerdo con ella. Claro está, por motivos distintos.
Hace un tiempo, luego de la tercera victoria electoral de Tony Blair, Jaime de Althaus entrevistó en su programa de Canal N a Fritz DuBois, de El Comercio y a un economista de izquierda cuyo nombre no recuerdo pero que parecía muy enterado de la situación inglesa. Se llegó a la conclusión de que Blair había potenciado el modelo inaugurado por Thatcher desde fines de los setenta y había llevado la privatización y reducción del Estado a niveles inimaginables en un país como el nuestro: concesiones de autopistas y carreteras, dependencias del Ejército, incluso servicios del Estado eran cubiertos ahora por empresas privadas. Blair se había comportado como un “tory”, no como un laborista. DuBois lo tomaba muy a la risa, casi tratando de convencerse de que el liberalismo había convertido a un partido de izquierda en el punto de avanzada europea. Sin embargo, su contendor trataba de explicar que el gobierno de Blair y sus consecuencias eran fruto del socialismo. Los papeles se habían invertido y había que leer la realidad europea de acuerdo a nuevas etiquetas, distintas a derecha/liberal – izquierda/socialista. Mientras en Inglaterra, el modelo económico de la UE (“economía social de mercado”) parece demasiado conservador y anacrónico en vista de los beneficios de una economía más libre, en Francia, la mancha de Le Pen y sus cuarenta energúmenos nacionalistas emprende una cruzada más digna del Tercer Reich que de la vanguardia. Los franceses, tan cosmopolitas ellos, no podían soportar que el resto de Europa los invada con su différance. La abundancia de africanos e islámicos ya les comienza a apestar y quieren regresar a sus orígenes sin interferencia cultural. Cual Juan de Arco, el nacionalismo francés es el principal ganador de estas elecciones. No obstante, en algo no se equivocan los manganzones fachistoides: la constitución europea es un fiasco y comparada con una constitución más antigua, resulta indigesta.

.

Me refiero a una comparación con la constitución norteamericana. Mientras esta inicia con un breve preámbulo que en modo alguno otorga autoridad para decisiones políticas no incluidas en los artículos subsiguientes, la declaración inicial de la UE es una pieza retórica de valores y principios dignos de la izquierda tolerante y angustiosa que busca redimir a Europa de su inmoralidad. De seguro, la semántica de este preámbulo traerá problemas en posteriores debates, ya que se trata de legislar sobre la moral, sobre lo que es bueno para todos. En palabras simples: se trata de dictar una ética intangible sobre la que se juzgarán los artículos subsiguientes que resultan ser un derroche de intervención y dádivas estatales a las que se verán obligados los países miembros. Entre ellos figuran: la seguridad social gratuita, protección ambiental, maternidad pagada, asistencia para conseguir casa (como si fuera obligatorio para todos los estados tener un programa Mivivienda, ¡imagínense!), amplios derechos laborales, derechos para minorías, etc. Una puerta abierta para el subsidio, el estatismo y la corrupción. Y claro, para los cupos de géneros, razas, etnias, etc. ya que la constitución de la UE prevé la “igualdad” laboral entre los géneros en todo sentido, es decir, también en la proporcionalidad. En cambio, la lista de derechos contemplada en la constitución americana solo incluye derechos del individuo contra el Estado y no obligaciones económicas del Estado hacia los individuos. Por ello, resulta más práctica y menos manipulable que la endeble constitución europea. Ahora se hace comprensible la negativa de los ingleses a votar en contra de la integración. No se trata de negarse a la solidaridad, porque al fin de cuentas la solidaridad no se ejerce desde el Estado sino desde los individuos. Se trata de negarse a un modelo que ya han superado los últimos 28 años entre tories y laboristas. Nuevamente, el modelo francés intervencionista se opone al inglés liberal. ¿Quién terminará ganando? Esperemos que no sea Chirac.
Imagen: El rapto de Europa. Peter Paul Rubens

Ajos y cebollas

¿Gora, gora Santa Cruz?
Entre remiendos, presenciamos la agonía de Bolivia

Desde su nacimiento, cuando la audiencia de Charcas adoptó el nombre de Bolívar (y más tarde, Bolivia), el país era una ficción. Nada de raro tiene si consideramos que las naciones (y por ende los nacionalismos) son patrañas útiles, inventos humanos para hacerse la vida más sencilla y luego complicársela más. Las fronteras sudamericanas fueron producto del antojo romántico del XIX, devaneos criollos colmados por el discurso de la Bastilla… y de repente, el Alto Perú ya se había convertido en una tierra distinta. Quienes confeccionaron el mapa de la época (libertadores, próceres y precursores, congresos constituyentes, juntas de notables, ejércitos), han pasado a la posteridad como los fabuladores más venenosos e influyentes de esta parte del mundo. Con variantes, pero con pasmosa continuidad, las ficciones que construyeron para sus descendientes perduran hasta el día de hoy, pero poco a poco, reveladas las mentiras, las hendiduras se hacen más profundas y es imposible sostener bajo el criterio de la unidad un híbrido de rencor y entredichos llamado Bolivia. O mejor dicho, al que otrora conocimos como Bolivia.
Hasta aquí la elegía. Los remiendos no han sido suficientes y una vez que la institucionalidad pierda su valor, cuando las identidades se relajen y los símbolos se vuelvan significantes vacíos, sin contenido ni peso, la agonía que hemos presenciado estas últimas semanas habrá terminado. La asunción de Rodríguez al mando de la papa más caliente de Latinoamérica es un acto de heroísmo o de necedad. No solo debe correr con el peligro de aplazar una avalancha de demandas sociales, sino también hacer verosímil ese retraso. La soga al cuello es el tema de los hidrocarburos. Apenas ha recibido los signos del poder de parte del congreso y las Fuerzas Armadas, pero sus opositores ya le exigen la nacionalización del gas. No es curioso que las demandas indígenas del Alto Perú (la zona de La Paz, donde reside el poder político) hayan condensado en movimientos de izquierda radical, cercanas a la parafernalia de Chávez. Lo curioso es que hayan convertido el tema de los recursos minerales en el primero de la agenda, cuando poco tiene que ver con las demandas del campesinado. Hay un desplazamiento de los reclamos hacia el nacionalismo de Estado: dominados por los filones más extremistas los sindicatos confluyen en un ideario poco claro más allá de su populismo. Pero debían tener un caballito de batalla y las demandas agrícolas son poco espectaculares y no comprometen al capital privado extranjero: ahora, los indígenas, quechuas y aimaras, inmiscuidos en las tomas de carreteras y desbandes que privaron de alimento a la capital, cumplen su función de herramientas en contra del capitalismo que –dicen- viene desangrando a la patria. Cosificados, instrumentos en manos de la megalomanía de líderes como Morales y Quispe, son más que nunca piezas sin nombre, carne de cañón del verdadero desangramiento boliviano. Los apologistas del MAS (el partido de Morales) pueden creer que al fin el indio subalterno ha tomado posesión del habla y arrinconado al poder central con la subversividad de sus actos. Quieren ver en las revueltas un carnaval sangriento, la revelación de las masas. Yo prefiero pensar en Bolivia como un fantasma: un país dividido en dos que a partir de ahora debe pensar en seguir su futuro por caminos separados.
Porque los hidrocarburos se encuentran no en el Alto Perú, sino en la tierra Camba, el departamento de Santa Cruz, el Oriente Petrolero, el país de los 4 x 4. Un primo mío me cuenta de las maravillas de la tierra cruceña. Con solo describir el paisaje, había matado mi idea estereotipada de Bolivia como país andino. Tiene selva y es la zona más próspera y desarrollada. Cansados de que los gobiernen desde La Paz y Sucre, no piden solo la autonomía, sino también la independencia y parcialmente los apoyo. Los cruceños se han enriquecido gracias a su trabajo y a la promoción privada. Generan el 31% del PIB de Bolivia, y su modelo productivo regional (hacia la exportación) en lugar de un modelo extractivo nacional (hacia el consumo interno) le ha permitido contribuir con la mayor cantidad de tierras cultivadas del país y más del 70% de la producción agropecuaria. Para cólera de Morales y compañía, de cada 10 puestos de trabajo en la región, 9 son producidos por el sector privado, cuando el promedio nacional fluctúa entre 4 y 6, según datos proporcionados por la Cámara Agropecuaria de Oriente, que nos prueba que Santa Cruz no solo vive del gas y del petróleo.
Sus recursos han servido, sin embargo, para enriquecer a las élites políticas paceñas y su producción redistribuida al resto de regiones de manera injusta. Considerando estas cifras, entiendo que se encuentren hartos de generar la riqueza de un país a pique y que su tranquilidad se vea alterada por sectores ajenos a su incumbencia, por demandas que ya no reconocen cotidianas. Los cruceños ya no se sienten bolivianos, sienten que su ruta se ha desviado mucho y no están dispuestos a compartir sus éxitos con los altoperuanos. Sin embargo, debo reconocer que detrás de estos intereses legítimos se respira un incómodo aire de conflicto racial. Los cambas cruceños se identifican con Occidente más que con los Andes. Esto no sería tan reprobable si detrás de esa identificación el tufillo nacionalista no los llevara a construirse por oposición a los "indios" del Alto Perú. La anécdota de la cabezahueca reina de belleza que comparaba a los blancos cruceños “que hablaban inglés” con los "enanos" e "ignorantes" serranos del Alto son una prueba aberrante de aquello que oculta (y a la vez revela) la naciente identidad de Santa Cruz: un conflicto irreversible de dimensiones sociales, ideológicas, educacionales, pero también raciales. La suplantación de Bolivia por la Nación Camba es la sustitución, con todo su aparato mental, de una ficción por otra La bronca es mutua: los alteños han encontrado la excusa perfecta para extraer su rabia contra los camba, una cólera que atraviesa lo económico y lo cultural. Nuevamente, lo idóneo sería que esta separación se llevara a cabo en un clima de entendimiento y tolerancia en lugar del resentimiento y la exclusión, pero por mientras, Bolivia, ese lunar de carne en medio del mapa de Sudamérica, se hace más cercano a una pústula a punto de reventar.

.

El 12 de agosto, Santa Cruz, Tarija y otras regiones arrastradas por el desmembramiento, votarán su autonomía ante la impotencia de los altoperuanos. Hace dos días, la Asamblea Autonómica de Santa Cruz reafirmó su voluntad de realizar el referendo “con Rodríguez o sin él”. Para un país dependiente de la asombrosa productividad cruceña, esa autonomía es un paso previo a la destrucción. Bolivia se descuartiza a sí misma, pero no vamos a llorarla: igual, Bolivia ya no existe.

Según el cura y el barbero

Evangelion. Afiliaciones y paternidades

Ningún estudio de anime ha llegado a ser tan polémico como Gainax y mucho de ello se debe a su atrevimiento formal, a su desparpajo por superar la limitación de una teleserie de 26 capítulos. El mejor ejemplo es Kare Kano donde el talento de Hideaki Anno subvierte una aburrida historia sentimental introduciendo ejercicios de estilo visual que pueden resultar chocantes si uno no se prepara para consumir los extremos de la vanguardia. Fracasos rotundos como Furi Kuri se convierten en mitos posmodernos y una comedia ligera, incluso tópica, como Mahoromatic termina adquiriendo una honda dimensión trágica que compromete ciertas fibras ajenas a lo cultural. No obstante, el estudio vive bajo la constante sombra de una sola producción que alguna vez lo salvó de la quiebra y se ha prolongado como un feliz karma y punto de comparación sobre sus nuevas historias. Evangelion es más que un anime, un compendio de leyendas y temores urbanos heredados de la premodernidad, instalados en el inconsciente: una forma de traer la edad media a nuestro mundo cotidiano, de fundar una épica del miedo y el trauma.
Sin embargo, pocos han visto que la historia se sostiene sobre un juego de espejos basado en vínculos filiales quebrantados por la ausencia del padre o porque su presencia se devalúa hasta hacerse ficticia. El conflicto personal entre Shinji, el piloto del eva-01, y Gendou, su padre, pero también máxima autoridad sobre Nerv, se refleja en la agonía de la humanidad atormentada por ángeles monstruosos y por un padre (¿Dios?) al que creen existente, pero no visible. Así como Gendou se niega a conversar con su hijo, la ruptura entre criatura y creador (el intento de los seres humanos por experimentar con genética y crear al modo de la naturaleza) vuelve inevitable el exterminio: han fallado los padres y los hijos se desafilian de su imagen y semejanza. Ante la ausencia de la figura simbólica que condense las aspiraciones, el orden y la sociabilidad, el hijo se refugia en los instintos (en lo materno) con el riesgo de volverse un “erizo”, de repeler el contacto humano y retroceder al útero (simbolizado por la cámara de Gaf donde reside lo que queda de la madre de Shinji) o re-afiliarse, buscar una imagen paterna que la sustituya.

Pero en un mundo de seres aislados, que fracasan al entregarse por completo, no abundan los padres. De cierta forma, se augura la frustración de no poder formar una sociedad coherente porque se desmitifica al padre y el hijo no logra fundar para sí mismo su propia paternidad. De tal modo que a Shinji solo le quedan las madres: Misato, una mujer joven, bella y desordenada que intenta formar una familia artificial (¿y funcional?) con Asuka y Shinji, pero que no puede evitar entregarse a su amante cada vez que pierde el control; Ritsuko, una científica que reprime vía el control de las máquinas (y vía la racionalidad) el afecto por el padre de Shinji, su jefe y antiguo romance de su madre difunta; y Rei, una misteriosa chica de 14 años, piloto del eva-00, clon de la madre de Shinji y por la que este siente más que una dudosa atracción erótica. La familia, baluarte del proyecto de sociedad moderna, termina naufragando ante la imposibilidad de ser hijo y ser padre, porque Shinji no puede asumir ninguno de los roles. Detrás de este vendaval de traumas silenciados se expresa el laberinto del individuo posmoderno que pretende revitalizar los mitos a su antojo, humanizándolos, pero a la vez privándolos de la inocencia primitiva: con ellos, desaparecen los héroes, los ejemplos fundacionales, los padres legendarios.
En algún momento, los hombres pensamos descifrar las escrituras divinas para crear como fuimos creados, para construir gólems y librarnos de la tutela paterna. Qué condena la del objeto creado que pretende ser sujeto creador: la mimesis siempre es imperfecta, por más que engañe a los ojos y la paternidad -a la vez que sentencia obligatoria de nuestra naturaleza, pretensión del creador- puede terminar siendo, en una época en la que todo está escrito y nada nuevo puede crearse, una obsesión, un ahogo, una enorme responsabilidad.