Ajos y cebollas
¿Gora, gora Santa Cruz?
Entre remiendos, presenciamos la agonía de Bolivia
Desde su nacimiento, cuando la audiencia de Charcas adoptó el nombre de Bolívar (y más tarde, Bolivia), el país era una ficción. Nada de raro tiene si consideramos que las naciones (y por ende los nacionalismos) son patrañas útiles, inventos humanos para hacerse la vida más sencilla y luego complicársela más. Las fronteras sudamericanas fueron producto del antojo romántico del XIX, devaneos criollos colmados por el discurso de la Bastilla… y de repente, el Alto Perú ya se había convertido en una tierra distinta. Quienes confeccionaron el mapa de la época (libertadores, próceres y precursores, congresos constituyentes, juntas de notables, ejércitos), han pasado a la posteridad como los fabuladores más venenosos e influyentes de esta parte del mundo. Con variantes, pero con pasmosa continuidad, las ficciones que construyeron para sus descendientes perduran hasta el día de hoy, pero poco a poco, reveladas las mentiras, las hendiduras se hacen más profundas y es imposible sostener bajo el criterio de la unidad un híbrido de rencor y entredichos llamado Bolivia. O mejor dicho, al que otrora conocimos como Bolivia.
Hasta aquí la elegía. Los remiendos no han sido suficientes y una vez que la institucionalidad pierda su valor, cuando las identidades se relajen y los símbolos se vuelvan significantes vacíos, sin contenido ni peso, la agonía que hemos presenciado estas últimas semanas habrá terminado. La asunción de Rodríguez al mando de la papa más caliente de Latinoamérica es un acto de heroísmo o de necedad. No solo debe correr con el peligro de aplazar una avalancha de demandas sociales, sino también hacer verosímil ese retraso. La soga al cuello es el tema de los hidrocarburos. Apenas ha recibido los signos del poder de parte del congreso y las Fuerzas Armadas, pero sus opositores ya le exigen la nacionalización del gas. No es curioso que las demandas indígenas del Alto Perú (la zona de La Paz, donde reside el poder político) hayan condensado en movimientos de izquierda radical, cercanas a la parafernalia de Chávez. Lo curioso es que hayan convertido el tema de los recursos minerales en el primero de la agenda, cuando poco tiene que ver con las demandas del campesinado. Hay un desplazamiento de los reclamos hacia el nacionalismo de Estado: dominados por los filones más extremistas los sindicatos confluyen en un ideario poco claro más allá de su populismo. Pero debían tener un caballito de batalla y las demandas agrícolas son poco espectaculares y no comprometen al capital privado extranjero: ahora, los indígenas, quechuas y aimaras, inmiscuidos en las tomas de carreteras y desbandes que privaron de alimento a la capital, cumplen su función de herramientas en contra del capitalismo que –dicen- viene desangrando a la patria. Cosificados, instrumentos en manos de la megalomanía de líderes como Morales y Quispe, son más que nunca piezas sin nombre, carne de cañón del verdadero desangramiento boliviano. Los apologistas del MAS (el partido de Morales) pueden creer que al fin el indio subalterno ha tomado posesión del habla y arrinconado al poder central con la subversividad de sus actos. Quieren ver en las revueltas un carnaval sangriento, la revelación de las masas. Yo prefiero pensar en Bolivia como un fantasma: un país dividido en dos que a partir de ahora debe pensar en seguir su futuro por caminos separados.
Porque los hidrocarburos se encuentran no en el Alto Perú, sino en la tierra Camba, el departamento de Santa Cruz, el Oriente Petrolero, el país de los 4 x 4. Un primo mío me cuenta de las maravillas de la tierra cruceña. Con solo describir el paisaje, había matado mi idea estereotipada de Bolivia como país andino. Tiene selva y es la zona más próspera y desarrollada. Cansados de que los gobiernen desde La Paz y Sucre, no piden solo la autonomía, sino también la independencia y parcialmente los apoyo. Los cruceños se han enriquecido gracias a su trabajo y a la promoción privada. Generan el 31% del PIB de Bolivia, y su modelo productivo regional (hacia la exportación) en lugar de un modelo extractivo nacional (hacia el consumo interno) le ha permitido contribuir con la mayor cantidad de tierras cultivadas del país y más del 70% de la producción agropecuaria. Para cólera de Morales y compañía, de cada 10 puestos de trabajo en la región, 9 son producidos por el sector privado, cuando el promedio nacional fluctúa entre 4 y 6, según datos proporcionados por la Cámara Agropecuaria de Oriente, que nos prueba que Santa Cruz no solo vive del gas y del petróleo.
Sus recursos han servido, sin embargo, para enriquecer a las élites políticas paceñas y su producción redistribuida al resto de regiones de manera injusta. Considerando estas cifras, entiendo que se encuentren hartos de generar la riqueza de un país a pique y que su tranquilidad se vea alterada por sectores ajenos a su incumbencia, por demandas que ya no reconocen cotidianas. Los cruceños ya no se sienten bolivianos, sienten que su ruta se ha desviado mucho y no están dispuestos a compartir sus éxitos con los altoperuanos. Sin embargo, debo reconocer que detrás de estos intereses legítimos se respira un incómodo aire de conflicto racial. Los cambas cruceños se identifican con Occidente más que con los Andes. Esto no sería tan reprobable si detrás de esa identificación el tufillo nacionalista no los llevara a construirse por oposición a los "indios" del Alto Perú. La anécdota de la cabezahueca reina de belleza que comparaba a los blancos cruceños “que hablaban inglés” con los "enanos" e "ignorantes" serranos del Alto son una prueba aberrante de aquello que oculta (y a la vez revela) la naciente identidad de Santa Cruz: un conflicto irreversible de dimensiones sociales, ideológicas, educacionales, pero también raciales. La suplantación de Bolivia por la Nación Camba es la sustitución, con todo su aparato mental, de una ficción por otra La bronca es mutua: los alteños han encontrado la excusa perfecta para extraer su rabia contra los camba, una cólera que atraviesa lo económico y lo cultural. Nuevamente, lo idóneo sería que esta separación se llevara a cabo en un clima de entendimiento y tolerancia en lugar del resentimiento y la exclusión, pero por mientras, Bolivia, ese lunar de carne en medio del mapa de Sudamérica, se hace más cercano a una pústula a punto de reventar.
Entre remiendos, presenciamos la agonía de Bolivia
Desde su nacimiento, cuando la audiencia de Charcas adoptó el nombre de Bolívar (y más tarde, Bolivia), el país era una ficción. Nada de raro tiene si consideramos que las naciones (y por ende los nacionalismos) son patrañas útiles, inventos humanos para hacerse la vida más sencilla y luego complicársela más. Las fronteras sudamericanas fueron producto del antojo romántico del XIX, devaneos criollos colmados por el discurso de la Bastilla… y de repente, el Alto Perú ya se había convertido en una tierra distinta. Quienes confeccionaron el mapa de la época (libertadores, próceres y precursores, congresos constituyentes, juntas de notables, ejércitos), han pasado a la posteridad como los fabuladores más venenosos e influyentes de esta parte del mundo. Con variantes, pero con pasmosa continuidad, las ficciones que construyeron para sus descendientes perduran hasta el día de hoy, pero poco a poco, reveladas las mentiras, las hendiduras se hacen más profundas y es imposible sostener bajo el criterio de la unidad un híbrido de rencor y entredichos llamado Bolivia. O mejor dicho, al que otrora conocimos como Bolivia.
Hasta aquí la elegía. Los remiendos no han sido suficientes y una vez que la institucionalidad pierda su valor, cuando las identidades se relajen y los símbolos se vuelvan significantes vacíos, sin contenido ni peso, la agonía que hemos presenciado estas últimas semanas habrá terminado. La asunción de Rodríguez al mando de la papa más caliente de Latinoamérica es un acto de heroísmo o de necedad. No solo debe correr con el peligro de aplazar una avalancha de demandas sociales, sino también hacer verosímil ese retraso. La soga al cuello es el tema de los hidrocarburos. Apenas ha recibido los signos del poder de parte del congreso y las Fuerzas Armadas, pero sus opositores ya le exigen la nacionalización del gas. No es curioso que las demandas indígenas del Alto Perú (la zona de La Paz, donde reside el poder político) hayan condensado en movimientos de izquierda radical, cercanas a la parafernalia de Chávez. Lo curioso es que hayan convertido el tema de los recursos minerales en el primero de la agenda, cuando poco tiene que ver con las demandas del campesinado. Hay un desplazamiento de los reclamos hacia el nacionalismo de Estado: dominados por los filones más extremistas los sindicatos confluyen en un ideario poco claro más allá de su populismo. Pero debían tener un caballito de batalla y las demandas agrícolas son poco espectaculares y no comprometen al capital privado extranjero: ahora, los indígenas, quechuas y aimaras, inmiscuidos en las tomas de carreteras y desbandes que privaron de alimento a la capital, cumplen su función de herramientas en contra del capitalismo que –dicen- viene desangrando a la patria. Cosificados, instrumentos en manos de la megalomanía de líderes como Morales y Quispe, son más que nunca piezas sin nombre, carne de cañón del verdadero desangramiento boliviano. Los apologistas del MAS (el partido de Morales) pueden creer que al fin el indio subalterno ha tomado posesión del habla y arrinconado al poder central con la subversividad de sus actos. Quieren ver en las revueltas un carnaval sangriento, la revelación de las masas. Yo prefiero pensar en Bolivia como un fantasma: un país dividido en dos que a partir de ahora debe pensar en seguir su futuro por caminos separados.
Porque los hidrocarburos se encuentran no en el Alto Perú, sino en la tierra Camba, el departamento de Santa Cruz, el Oriente Petrolero, el país de los 4 x 4. Un primo mío me cuenta de las maravillas de la tierra cruceña. Con solo describir el paisaje, había matado mi idea estereotipada de Bolivia como país andino. Tiene selva y es la zona más próspera y desarrollada. Cansados de que los gobiernen desde La Paz y Sucre, no piden solo la autonomía, sino también la independencia y parcialmente los apoyo. Los cruceños se han enriquecido gracias a su trabajo y a la promoción privada. Generan el 31% del PIB de Bolivia, y su modelo productivo regional (hacia la exportación) en lugar de un modelo extractivo nacional (hacia el consumo interno) le ha permitido contribuir con la mayor cantidad de tierras cultivadas del país y más del 70% de la producción agropecuaria. Para cólera de Morales y compañía, de cada 10 puestos de trabajo en la región, 9 son producidos por el sector privado, cuando el promedio nacional fluctúa entre 4 y 6, según datos proporcionados por la Cámara Agropecuaria de Oriente, que nos prueba que Santa Cruz no solo vive del gas y del petróleo.
Sus recursos han servido, sin embargo, para enriquecer a las élites políticas paceñas y su producción redistribuida al resto de regiones de manera injusta. Considerando estas cifras, entiendo que se encuentren hartos de generar la riqueza de un país a pique y que su tranquilidad se vea alterada por sectores ajenos a su incumbencia, por demandas que ya no reconocen cotidianas. Los cruceños ya no se sienten bolivianos, sienten que su ruta se ha desviado mucho y no están dispuestos a compartir sus éxitos con los altoperuanos. Sin embargo, debo reconocer que detrás de estos intereses legítimos se respira un incómodo aire de conflicto racial. Los cambas cruceños se identifican con Occidente más que con los Andes. Esto no sería tan reprobable si detrás de esa identificación el tufillo nacionalista no los llevara a construirse por oposición a los "indios" del Alto Perú. La anécdota de la cabezahueca reina de belleza que comparaba a los blancos cruceños “que hablaban inglés” con los "enanos" e "ignorantes" serranos del Alto son una prueba aberrante de aquello que oculta (y a la vez revela) la naciente identidad de Santa Cruz: un conflicto irreversible de dimensiones sociales, ideológicas, educacionales, pero también raciales. La suplantación de Bolivia por la Nación Camba es la sustitución, con todo su aparato mental, de una ficción por otra La bronca es mutua: los alteños han encontrado la excusa perfecta para extraer su rabia contra los camba, una cólera que atraviesa lo económico y lo cultural. Nuevamente, lo idóneo sería que esta separación se llevara a cabo en un clima de entendimiento y tolerancia en lugar del resentimiento y la exclusión, pero por mientras, Bolivia, ese lunar de carne en medio del mapa de Sudamérica, se hace más cercano a una pústula a punto de reventar.
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El 12 de agosto, Santa Cruz, Tarija y otras regiones arrastradas por el desmembramiento, votarán su autonomía ante la impotencia de los altoperuanos. Hace dos días, la Asamblea Autonómica de Santa Cruz reafirmó su voluntad de realizar el referendo “con Rodríguez o sin él”. Para un país dependiente de la asombrosa productividad cruceña, esa autonomía es un paso previo a la destrucción. Bolivia se descuartiza a sí misma, pero no vamos a llorarla: igual, Bolivia ya no existe.
1 Comments:
Esoty completamente de acuerdo en lo que dices pero me han legado unos rumeres que pienso que sería interesante que los trates en un próximo post.
1-¿Es cierto que los cambas son facista y nazistas? Algunos blogs internaiconales dicen que los políticos cambas se saludan en sus discursos con saludos facistas y que utilizan la svastica. De ser cierto esto se estaría creando una bomba de tiempo en Bolivia cuyas dimensiones son mucho más grandes que la bomba de timepo quie ya existe.
2- En el comercio de este domingo, en su sección internacional dice que los cambas son la minoría blanca que tiene a la población indígena semiesclavizada y semifeudalizada. y esos no son rumores, lo dice el comercio. Con lo cual mis simpatías hacia Evo Morales aumentan a pesar de que odie a los izquierdistas.
3- Te invityo a que entres a mi blog "Epopeya" y a otro en el cual recién hoy le he puesto mi primer post. Allí analizo a la sociedad peruana.
4- A lo mejor nos cruzamos en la PUCP
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