Ajos y cebollas
El rapto de Europa
Por qué los franceses y holandeses se negaron a la Constitución Europea y por qué los liberales celebramos esta decisión
Al fin, el proyecto estatista de mayor escala mundial ha fracasado estrepitosamente. El europeísmo, otro nombre para las buenas intenciones se encuentra a punto de irse al tacho por la voluntad de los propios electores. Primero las urnas francesas y luego las holandesas anunciaron no solo la decadencia de un mecanismo de integración política, sino también la de un proyecto desmesurado de intervención estatal, la creación de un organismo supranacional todopoderoso y las carencias y excesos de una constitución redactada a la ligera y bajo la correcta observancia de la política de buenas maneras, el discurso de los socialismos moderados que parecen irse a pique con estos sufragios. Sin embargo, quienes han anotado verdaderas victorias a su historial son los partidos conservadores y de extrema izquierda quienes paradójicamente han capitaneado la oposición al europeísmo en estas naciones. Estos por considerarla demasiado liberal en sus principios económicos, aquellos porque -convertidos en los agentes del nacionalismo más atávico- les repulsa juntarse con el resto y creen que la transformación de Europa en una mega-nación destruirá sus tradiciones nacionales y atraerá a los miserables de la Europa del Este. Ambos se equivocan: la constitución europea no es liberal como tanto declaran los opositores de ultraizquierda, concentrados en los sindicatos de obreros y estudiantes. Son tan hipócritas que despotrican contra esa misma UE a la que apelaron al oponerse a la guerra en Irak. Pero también se equivocan los conservadores de la ultraderecha francesa, española, alemana, etc. al difundir el temor al extranjero en nombre de su sacrosanta pureza cultural. Como bloque, la UE está naufragando en un mar de contradicciones, donde tanto comunistas como ecologistas, fascistas y neonazis parecen estar de acuerdo con que esta constitución no se apruebe. Y es que, en realidad, es tan mala que los liberales tampoco podríamos estar de acuerdo con ella. Claro está, por motivos distintos.
Hace un tiempo, luego de la tercera victoria electoral de Tony Blair, Jaime de Althaus entrevistó en su programa de Canal N a Fritz DuBois, de El Comercio y a un economista de izquierda cuyo nombre no recuerdo pero que parecía muy enterado de la situación inglesa. Se llegó a la conclusión de que Blair había potenciado el modelo inaugurado por Thatcher desde fines de los setenta y había llevado la privatización y reducción del Estado a niveles inimaginables en un país como el nuestro: concesiones de autopistas y carreteras, dependencias del Ejército, incluso servicios del Estado eran cubiertos ahora por empresas privadas. Blair se había comportado como un “tory”, no como un laborista. DuBois lo tomaba muy a la risa, casi tratando de convencerse de que el liberalismo había convertido a un partido de izquierda en el punto de avanzada europea. Sin embargo, su contendor trataba de explicar que el gobierno de Blair y sus consecuencias eran fruto del socialismo. Los papeles se habían invertido y había que leer la realidad europea de acuerdo a nuevas etiquetas, distintas a derecha/liberal – izquierda/socialista. Mientras en Inglaterra, el modelo económico de la UE (“economía social de mercado”) parece demasiado conservador y anacrónico en vista de los beneficios de una economía más libre, en Francia, la mancha de Le Pen y sus cuarenta energúmenos nacionalistas emprende una cruzada más digna del Tercer Reich que de la vanguardia. Los franceses, tan cosmopolitas ellos, no podían soportar que el resto de Europa los invada con su différance. La abundancia de africanos e islámicos ya les comienza a apestar y quieren regresar a sus orígenes sin interferencia cultural. Cual Juan de Arco, el nacionalismo francés es el principal ganador de estas elecciones. No obstante, en algo no se equivocan los manganzones fachistoides: la constitución europea es un fiasco y comparada con una constitución más antigua, resulta indigesta.
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Me refiero a una comparación con la constitución norteamericana. Mientras esta inicia con un breve preámbulo que en modo alguno otorga autoridad para decisiones políticas no incluidas en los artículos subsiguientes, la declaración inicial de la UE es una pieza retórica de valores y principios dignos de la izquierda tolerante y angustiosa que busca redimir a Europa de su inmoralidad. De seguro, la semántica de este preámbulo traerá problemas en posteriores debates, ya que se trata de legislar sobre la moral, sobre lo que es bueno para todos. En palabras simples: se trata de dictar una ética intangible sobre la que se juzgarán los artículos subsiguientes que resultan ser un derroche de intervención y dádivas estatales a las que se verán obligados los países miembros. Entre ellos figuran: la seguridad social gratuita, protección ambiental, maternidad pagada, asistencia para conseguir casa (como si fuera obligatorio para todos los estados tener un programa Mivivienda, ¡imagínense!), amplios derechos laborales, derechos para minorías, etc. Una puerta abierta para el subsidio, el estatismo y la corrupción. Y claro, para los cupos de géneros, razas, etnias, etc. ya que la constitución de la UE prevé la “igualdad” laboral entre los géneros en todo sentido, es decir, también en la proporcionalidad. En cambio, la lista de derechos contemplada en la constitución americana solo incluye derechos del individuo contra el Estado y no obligaciones económicas del Estado hacia los individuos. Por ello, resulta más práctica y menos manipulable que la endeble constitución europea. Ahora se hace comprensible la negativa de los ingleses a votar en contra de la integración. No se trata de negarse a la solidaridad, porque al fin de cuentas la solidaridad no se ejerce desde el Estado sino desde los individuos. Se trata de negarse a un modelo que ya han superado los últimos 28 años entre tories y laboristas. Nuevamente, el modelo francés intervencionista se opone al inglés liberal. ¿Quién terminará ganando? Esperemos que no sea Chirac.
Por qué los franceses y holandeses se negaron a la Constitución Europea y por qué los liberales celebramos esta decisión
Al fin, el proyecto estatista de mayor escala mundial ha fracasado estrepitosamente. El europeísmo, otro nombre para las buenas intenciones se encuentra a punto de irse al tacho por la voluntad de los propios electores. Primero las urnas francesas y luego las holandesas anunciaron no solo la decadencia de un mecanismo de integración política, sino también la de un proyecto desmesurado de intervención estatal, la creación de un organismo supranacional todopoderoso y las carencias y excesos de una constitución redactada a la ligera y bajo la correcta observancia de la política de buenas maneras, el discurso de los socialismos moderados que parecen irse a pique con estos sufragios. Sin embargo, quienes han anotado verdaderas victorias a su historial son los partidos conservadores y de extrema izquierda quienes paradójicamente han capitaneado la oposición al europeísmo en estas naciones. Estos por considerarla demasiado liberal en sus principios económicos, aquellos porque -convertidos en los agentes del nacionalismo más atávico- les repulsa juntarse con el resto y creen que la transformación de Europa en una mega-nación destruirá sus tradiciones nacionales y atraerá a los miserables de la Europa del Este. Ambos se equivocan: la constitución europea no es liberal como tanto declaran los opositores de ultraizquierda, concentrados en los sindicatos de obreros y estudiantes. Son tan hipócritas que despotrican contra esa misma UE a la que apelaron al oponerse a la guerra en Irak. Pero también se equivocan los conservadores de la ultraderecha francesa, española, alemana, etc. al difundir el temor al extranjero en nombre de su sacrosanta pureza cultural. Como bloque, la UE está naufragando en un mar de contradicciones, donde tanto comunistas como ecologistas, fascistas y neonazis parecen estar de acuerdo con que esta constitución no se apruebe. Y es que, en realidad, es tan mala que los liberales tampoco podríamos estar de acuerdo con ella. Claro está, por motivos distintos.
Hace un tiempo, luego de la tercera victoria electoral de Tony Blair, Jaime de Althaus entrevistó en su programa de Canal N a Fritz DuBois, de El Comercio y a un economista de izquierda cuyo nombre no recuerdo pero que parecía muy enterado de la situación inglesa. Se llegó a la conclusión de que Blair había potenciado el modelo inaugurado por Thatcher desde fines de los setenta y había llevado la privatización y reducción del Estado a niveles inimaginables en un país como el nuestro: concesiones de autopistas y carreteras, dependencias del Ejército, incluso servicios del Estado eran cubiertos ahora por empresas privadas. Blair se había comportado como un “tory”, no como un laborista. DuBois lo tomaba muy a la risa, casi tratando de convencerse de que el liberalismo había convertido a un partido de izquierda en el punto de avanzada europea. Sin embargo, su contendor trataba de explicar que el gobierno de Blair y sus consecuencias eran fruto del socialismo. Los papeles se habían invertido y había que leer la realidad europea de acuerdo a nuevas etiquetas, distintas a derecha/liberal – izquierda/socialista. Mientras en Inglaterra, el modelo económico de la UE (“economía social de mercado”) parece demasiado conservador y anacrónico en vista de los beneficios de una economía más libre, en Francia, la mancha de Le Pen y sus cuarenta energúmenos nacionalistas emprende una cruzada más digna del Tercer Reich que de la vanguardia. Los franceses, tan cosmopolitas ellos, no podían soportar que el resto de Europa los invada con su différance. La abundancia de africanos e islámicos ya les comienza a apestar y quieren regresar a sus orígenes sin interferencia cultural. Cual Juan de Arco, el nacionalismo francés es el principal ganador de estas elecciones. No obstante, en algo no se equivocan los manganzones fachistoides: la constitución europea es un fiasco y comparada con una constitución más antigua, resulta indigesta.
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Me refiero a una comparación con la constitución norteamericana. Mientras esta inicia con un breve preámbulo que en modo alguno otorga autoridad para decisiones políticas no incluidas en los artículos subsiguientes, la declaración inicial de la UE es una pieza retórica de valores y principios dignos de la izquierda tolerante y angustiosa que busca redimir a Europa de su inmoralidad. De seguro, la semántica de este preámbulo traerá problemas en posteriores debates, ya que se trata de legislar sobre la moral, sobre lo que es bueno para todos. En palabras simples: se trata de dictar una ética intangible sobre la que se juzgarán los artículos subsiguientes que resultan ser un derroche de intervención y dádivas estatales a las que se verán obligados los países miembros. Entre ellos figuran: la seguridad social gratuita, protección ambiental, maternidad pagada, asistencia para conseguir casa (como si fuera obligatorio para todos los estados tener un programa Mivivienda, ¡imagínense!), amplios derechos laborales, derechos para minorías, etc. Una puerta abierta para el subsidio, el estatismo y la corrupción. Y claro, para los cupos de géneros, razas, etnias, etc. ya que la constitución de la UE prevé la “igualdad” laboral entre los géneros en todo sentido, es decir, también en la proporcionalidad. En cambio, la lista de derechos contemplada en la constitución americana solo incluye derechos del individuo contra el Estado y no obligaciones económicas del Estado hacia los individuos. Por ello, resulta más práctica y menos manipulable que la endeble constitución europea. Ahora se hace comprensible la negativa de los ingleses a votar en contra de la integración. No se trata de negarse a la solidaridad, porque al fin de cuentas la solidaridad no se ejerce desde el Estado sino desde los individuos. Se trata de negarse a un modelo que ya han superado los últimos 28 años entre tories y laboristas. Nuevamente, el modelo francés intervencionista se opone al inglés liberal. ¿Quién terminará ganando? Esperemos que no sea Chirac.
Imagen: El rapto de Europa. Peter Paul Rubens
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