Según el cura y el barbero
Regionalistas y habitacionales
Estéticas en debate o líos de comadres encienden una discusión literaria desfasada y ridícula
No he posteado en los últimos días y aduzco dos motivos primordiales. Antes que nada, las responsabilidades laborales: cuidar exámenes en Estudios Generales Letras es aburrido, ocioso y poco rentable, pero necesito el dinero para sobrevivir en julio y agosto. No está demás el que guarde pan para mayo cuando (y es lo más probable) deba dejar la plaza de instructor de Narrativa el próximo semestre. Increíble, pero estos apuros económicos ocuparon más reflexiones que mis lecturas y mis trabajos finales, es decir, más que mis labores académicas. Entre descansos, me enteré de la polémica desatada por un comentario fuera de lugar vertido por Iván Thays en el Encuentro de Narradores Peruanos. Alonso Cueto lo reprodujo en su columna de Perú.21. El objetivo de estas falacias ad hominem era Ricardo González Vigil, crítico literario y catedrático de la PUCP, con el que la dupla Cueto-Thays parece haber entrado en directa confrontación. El maestro González Vigil respondió de manera poco afortunada y pronto se unieron al debate las voces de Miguel Gutiérrez y César Hildebrandt en La República. Desde la otra esquina, Thays vía blog se defendía en un registro más bien humorístico. Esperaba que la cuestión se calmara para poder emitir una opinión objetiva y mesurada, pero en vista del carnaval de incoherencias, rajes y demás despelote, mi pequeño demonio moral puede más que mis reticencias.
Así que vamos por partes.
1. En el Encuentro antes mencionado, Thays plantea de manera errónea y anacrónica una confrontación entre narradores “regionalistas” y narradores “urbanos” y establece una jerarquía a partir de una idea también distorsionada de cosmopolitismo, que más parece confundirse con los engreimientos decadentes de un dandy que ha perdido su guante de seda entre las pollerías del Jirón de la Unión. Desde luego, si continuamos con la argumentación de Thays, tal como la comprenden él y su séquito de turno, llegaríamos a las siguientes equivalencias:
a. urbano / cosmopolita / descontextualizado / personajes letrados, académicos, sibaritas / la soledad, el amor, la vanidad / lenguaje sin marcas regionales.
b. regionalista / telúrico / contextualizado / personajes marginales / la sociedad, la violencia política, literatura de protesta / lenguaje con marcas regionales y modismos.
Hasta aquí, ambas cadenas funcionan. El problema es cuando cogemos cualquier texto proveniente de nuestro canon literario y pretendemos calificarlo con el esencialismo thaysiano, cuando pretendemos hacerlo caber en estas categorías eternas. Por ejemplo, ¿dónde colocaríamos a Conversación en La Catedral, Un mundo para Julius, El zorro de arriba y el zorro de abajo? Si una novela es regionalista solo porque ocurre en un lugar definido, o peor aun, si una novela es regionalista porque sus escenas transcurren en Ayacucho, San Juan de Lurigancho o la tribu de los huambisas, ¿se animarán Thays y Cueto a decirle a Vargas Llosa que Lituma en los Andes apesta porque –según sus esquemas literarios- es regionalista? Cuídense cachorros: a cambiar todos sus “jatos” por “casas”, sus “cojudos” por “gilipollas”, sus “chibolos” por “chabales” (a menos que quieran pegar en Alfaguara). Las escenas en Trujillo o Chanchamayo deberán transplantarse a anónimos espacios mediterráneos o lúgubres ghettos judíos en la era del Tercer Reich.
2. Se equivocan Gutiérrez y González Vigil de manera menos escandalosa que Thays y Cueto (que ya es desear que lleguen los Fuentes Gasca). Este, por sugerir que las influencias de Cueto son “sospechosamente norteamericanas”, como si Faulkner y Hemingway estuvieran en el Index librorum prohibitorum. ¿Acaso Arguedas no leía Las palmeras salvajes? (y cito la Introducción de RGV a Los ríos profundos) ¿Se le acusa de lo mismo a Zavaleta? Por otra parte, la cereza del artículo de Gutiérrez es su esperanza en el resurgimiento de la literatura andina. Uno espera en realidad que resurja toda la literatura peruana, no solo la andina, sino aquella que nos introduce en lo más profundo del comportamiento humano, que nos otorga respuestas y nos envuelve en nuevas inquietudes. Creo que Guitérrez lo logra en La violencia del tiempo y El viejo saurio se retira, novelas que las generaciones del 80 y 90 no pudieron igualar. Pero queda claro que ni la opción aristocrática de los rococós postmodernos de Thays, Cueto y compañía, ni el despertar telúrico de la literatura campesina proletaria (la causa del pueblo, patria roja, bandera roja y ollanta humala, compañeros) por más que se vista de “buenas intenciones” (la revolución?) o de conciencia crítica, digo, ninguna de las dos son opciones coherentes, sino máscaras para envolver de estética un conflicto de bandos en el que se entrecruzan motivos políticos, rencillas personales, resentimientos mediáticos, etc. Al menos, a Gutiérrez lo perdonamos por el legado literario.
3. Presentada casi como una lucha entre una literatura de derechas (oficial, catolicense, los amos de los medios de comunicación) y una literatura de izquierda (alternativa, marginal, sanmarquina), en realidad, ambas posiciones transitarían su camino hacia la caducidad, a esperas de una lectura de lo literario más acorde a los nuevos tiempos. ¿Podría proponerse una estética distinta a la que separa regionalismos de literaturas urbanas como si fueran dos repúblicas distantes (república de españoles, república de indios?) o seguiremos enfrascados en un debate sesentero que nuestro propio canon literario ya superó? El énfasis de Gutiérrez y RGV se centraría en denunciar una “mafia”, una collera malévola que reprime a los escritores autóctonos y privilegia la casta criolla limeña como cultura oficial. (Semejantes opiniones se pueden encontrar en artículos (mal escritos y mal argumentados) de Victoria Guerrero y César Ángeles en el último Odumodneurtse!)
Si nos guiamos por las caras y los apellidos, eso puede tener sentido, más aun considerando la posición económica y los orígenes de los escritores. Sin embargo, nadie tiene la culpa de nacer en las condiciones que le toca a cada uno. En lugar de definirlos por patrones clasistas, sí se puede hacer una separación entre academias enfrentadas. Quizá entre universidades e ideologías, pero esto podría prolongarse en una tesis si lo mantenemos en los cauces teóricos. La verdad es que si nos atenemos a los hechos, el binomio Thays-Cueto sí le puso la cruz a RGV con mala voluntad y en un ajuste de cuentas que parece digno de los Corleone o del cartel de Tijuana. El que González Vigil no los halague no significa que debemos lanzar la vendetta contra él y acribillarlo cobardemente, en ausencia. Nada más absurdo y abusivo que desacreditar a alguien sin decirle las cosas en su cara. Esos son un modales de canalla que luego se refrendan en Somos y Luces cuando se plantea que nuestro mundillo literario pasa una crisis, pero nunca se explica quién o quiénes la provocan.
A todo esto, Aquiles Cacho, el intuitivo rajón profesional de Con Ventilador es, detrás de toda su malacrianza, una de las voces más sensatas e independientes, esas que Cueto y Thays se empeñan en callar desde sus torreones mediáticos: “El discurso cultural, al igual que el político, termina siendo, generalmente, un sirviente lameculos del poder. Los criterios de nuestros "líderes culturales" premian siempre al sobón, al acusete, al que no cuestiona nunca. No tenemos nada personal contra los críticos, pero sí nos jode esa manera uniforme que tienen de reventarle cuetes a los artistas y escritores ya consagrados (y por lo tanto influyentes). Todo lo que escribe Vargas Llosa es lo máximo, cualquier comentario de Bryce es entrañable, Ampuero da una entrevista y es un cague de risa (¿Ampuero gracioso?). No jodan, pues.”
4. Exacto: todos están equivocados, pero el error más terrible, a mi parecer, es el de la nueva generación de escritores, que en lugar de proponer una nueva percepción del problema y deshacerse de las “mafias”, argollas y nepotismos, en lugar de renunciar a la pacífica mediocridad que les han planteado sus predecesores (este ambiente de escritores de saco y corbata comprando libros en Crisol y alabándose mutuamente), en lugar de sentarse a escribir grandes, ojo, no buenas, sino grandes obras literarias, han preferido arrimarse de lado de uno de los bandos. No están obligados a hacerlo. Nadie los empuja a renunciar a sus amistades ni perder su lugar en el mundillo literario al cual han accedido con su propio esfuerzo, pero sería provechoso que determinaran su independencia, para la literatura, para ellos mismos, para todos. Yo mismo me incluyo en este cuestionamiento. Si la medianía se prolonga en nuestras letras y si los talentos se acomodan alrededor de sus bienhechores por comentarios elogiosos, antologías o reseñas complacientes, será solo culpa nuestra. A trabajar.